Miguel Brascó: adiós al artista que le puso poesía al vino y a la vida

Poeta, novelista, abogado e ilustrador, murió en una clínica de Colegiales a los 87 años. Con un estilo elegante y sarcástico, fue pionero de la crítica gastronómica y referente del buen vivir.

[dropcap]N[/dropcap]o era la simple interacción de un sommelier con un vino. Cuando Miguel Brascó metía su nariz en una copa para dar su veredicto, metía también todas sus vidas: el poeta, el escritor, el dibujante, el abogado, el compositor de canciones, el que se casó seis veces, el que enviudó dos, el padre abandónico, el padre que enterró a una hija y el padre que tuvo otra a los 70 años. Todo eso era Miguel Brascó. Todo eso y, sobre todo, el tipo más respetado en el ambiente de la degustación en la Argentina. [pullquote-left] Estaba trabajando en dos libros al momento de su muerte. [/pullquote-left]El que puso de moda la crítica de vinos al mismo tiempo que se imponía la moda gourmet en el mundo. El que se burló con sarcasmo de los mil adjetivos que se usan para definir al vino. El que tenía un personaje (el tipo de moño y tiradores) que era igual al de su persona. El hacedor incansable, que trabajó en dos libros hasta sus últimos momentos de lucidez. Brascó, el que vivió una de esas vidas que ya parecen no poder vivirse más, falleció el pasado 10 de mayo a los 87 años en Buenos Aires, después de haber estado tres semanas internado por un ACV.

Nació en Sastre, Santa Fe, en 1926, pero sus padres se mudaron a Puerto Santa Cruz, en donde se crió. Volvió de adolescente y se recibió de abogado. A los 20, se casó con una mujer 8 años más grande, con la que tuvo su primer hijo, Nicolás. Pero la dejó y se vino a vivir a Buenos Aires. brasco2Conoció la noche y la bohemia. Fue amigo de Cortázar y de Rodolfo Walsh. Con Quino y Landrú alimentó su pasión de dibujante. Se fue con el músico Ariel Ramírez de gira por Bolivia y siguió solo hasta Lima, donde trabajó como dibujante de un diario. Siguió por Madrid por un posgrado de Derecho, y rumbo a Holanda, para ser obrero en una fábrica de cigarros.

Volvió al país en 1960 y entró al mundo editorial. El vínculo con la gastronomía llegó cuando se hizo cargo de la sección Buen Vivir de la revista “Claudia”. “Me dieron un suplemento de 8 páginas y no me editaban. Yo escribía en el estilo Brascó”. Y esa fue su marca: inteligente, sarcástico, irónico, preciso, capaz de usar la poesía y el lunfardo para hablar de vinos. Y el estilo Brascó también era feroz cuando el ritual de la degustación se volvía snob. Decía: “En una presentación, un enólogo reconocido tomó el vino, miró al techo y dijo: ‘Cada vez que respiro este vino me acuerdo del olor de los pantalones de cuero de mi abuelo’. Hubo un silencio en la sala. Un periodista preguntó: ‘Y, digame, qué parte de los pantalones’. [pullquote-right] Brascó era feroz cuando el ritual de la degustación se tornaba snob. [/pullquote-right]Ese periodista era yo”, contaba. Pero también sabía revelar detalles de los detalles. Por ejemplo, sugería no tomar un buen vino si se comía ensalada con aceto “porque el aceto es tan avinagrado que arruina cualquier percepción de sabor”.

En una entrevista tras la muerte de su mujer Lucila Goto (con quien fundó la revista Cuisine & Vins) dijo que sentía que solo viviría tres años más. Nicolás, su hijo mayor, la leyó, lo buscó y se reencontraron. “Yo procedí como un chancho -diría Brascó después- Me fui. Era un capítulo negro de mi vida. Lo abandoné. Ahora tenemos una buena relación”, dijo Brascó en 2011. Su hija Irene falleció a los 31 en un accidente. Y su hija más chica, Milagros, de 15 años, lo ayudaba a usar la computadora.

Se reía de su nariz, Brascó. Porque solía reírse de todo, porque tenía más de una vida para contar. Y porque siempre enseñaba a quien quisiera escuchar.

http://www.clarin.com/

Compartir:

Equipo Apóstoles

Un apóstol que disfruta las cosas buenas de la vida.

También te podría gustar...

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Traducir »